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Menéndez Pidal en Chapantongo

Paisaje de Ixmiquilpan (foto por A01705089, bajo licencia CC-BY-SA 4.0 International)
Paisaje de Ixmiquilpan (foto por A01705089, bajo licencia CC-BY-SA 4.0 International)

El sur-suroeste del estado de Hidalgo no ha sido una región que haya despertado particular interés en los estudios de la tradición oral o popular, al menos si se le compara con los resultados obtenidos en la Huasteca y las zonas aledañas a las que se extiende su influencia (Sierra Alta y la Sierra Gorda).1 Una excepción muy notable la encontramos en Los otomíes del Valle del Mezquital (1983), nutrida etnografía que el antropólogo Raúl Guerrero Guerrero dedicó al pueblo otomí del suroeste de Hidalgo. En específico, a lo largo de los capítulos sexto y séptimo, se ofrecen juegos, cuentos, leyendas, narraciones diversas, cantos y poemas, entre otras muestras de la tradición oral otomí.

Existen, sin embargo, algunos registros de la tradición hispánica que salpican obras de variado alcance y que permiten atisbar, aunque de manera algo precaria, lo que se cantaba años atrás en esta región del país. Uno de estos casos es el Romancero tradicional de México, editado por Mercedes Díaz Roig y Aurelio González en 1985. Entre los resultados del trabajo de campo y de la investigación documental, el equipo del Seminario de Literatura Folklórica reporta romances provenientes de Alfajayucan, una localidad de nombre Cañada, Chapantongo, Ixmiquilpan y Tulancingo. Aun así, hay que acercarse a los materiales con cautela, como lo demuestra la trayectoria del romance de Chapantongo.

La historia sucede así: en 1939 aparece una de las voluminosas compilaciones de Vicente T. Mendoza: El romance español y el corrido mexicano, en la que el musicólogo explora la hipótesis de la continuidad de ambas tradiciones. Entre los materiales recolectados se ofrecen dos textos que llaman la atención por su gran similitud: por un lado, Mendoza presenta una versión del romance “El enamorado y la muerte” (pp. 408-409) antologada por Ramón Menéndez Pidal en su Flor nueva de romances viejos (1928):

Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.

Y, enseguida, unos “Versos de la parca” (pp. 409-410) proporcionados por el Ing. Teófilo Sánchez, natural de Chapantongo, y recogidos no por Mendoza, sino por Raúl Guerrero Guerrero en la localidad mexiquense de Tlalnepantla.

Estando dormido anoche
un lindo sueño soñaba:
soñaba con mis amores,
soñaba con mi hermosa dama.
De pronto se me aparece
una figura muy blanca.
—¿Eres el Amor? pregunto
—No, responde, ¡soy la Parca!
—¿Qué quieres de mí? le digo,
¿qué persigues en mí? habla.

Es precisamente el segundo texto el que aparecerá recogido en el Romancero tradicional de México, aunque no sin una merecida nota (p. 18) sobre su posible origen en la tradición escrita (cualidad que, en todo caso, no le es única en el corpus recolectado):

Los romances XXVII [“El conde Olinos”], XXVIII [“El enamorado y la muerte”] y XXIX [“La mala suegra”] provienen, al parecer, directamente de la tradición escrita: el primero (XXVII. 1) presenta un gran parecido con la versión española publicada por V. T. Mendoza en “Cincuenta romances escogidos” (México, EDIAPSA, 1940); el segundo es una reelaboración culta de una versión aparecida en “Flor nueva…” y el tercero es una versión casi idéntica a la publicada por Menéndez Pelayo en el “Suplemento a Primavera y flor…” .

Aunque Vicente T. Mendoza originalmente defendió en su monografía y en otros lados la adscripción tradicional del romance de Chapantongo (véase Mendoza 1938-1940), más tarde, como apuntan los editores del Romancero tradicional de México (p.18, n. 19) y Ana Valenciano (1999: p. 146), Diego Catalán argumentó en Por campos del romancero (1970: p. 51 y ss.) dos cosas contra esta tesis: que el texto de Flor nueva… es una manufactura moderna del propio Menéndez Pidal y que el romance de Chapantongo no es más que una variante inspirada en este.2

A final de cuentas, aunque no podamos achacar el texto a la tradición oral del sur hidalguense, cómo llegó el texto refundido por Menéndez Pidal al Valle del Mezquital, si el colaborador de Raúl Guerrero Guerrero en realidad lo aprendió ahí, continúa siendo un misterio (y tal vez un tema de investigación en en sí mismo).

Referencias

Catalán, Diego. 1970. Por campos del romancero. Estudios sobre la tradición oral moderna (Biblioteca Románica Hispánica. Estudios y Ensayos 142). Madrid: Gredos.
Díaz Roig, Mercedes & González, Aurelio (eds.).Romancero tradicional de México. 1986. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Frenk, Margit (ed.).Cancionero folklórico de México. Tomo 5: Antología, glosario, índices. 1975. México: El Colegio de Mexico. (http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc0888898)
Guerrero Guerrero, Raúl. 1983. Los otomíes del Valle del Mezquital (Modos de vida, etnografía, folklore). Pachuca: Gobierno del Estado de Hidalgo, Instituto Nacional de Antropología e Historia. (http://www.mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/libro%3A642)
Mendoza, Vicente T. 1938–1940. Un romance castellano que vive en México. Anuario de la Sociedad Folklórica de México I. 69–78.
Mendoza, Vicente T. 1939. El romance español y el corrido mexicano. Estudio comparativo. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Menéndez Pidal, Ramón. 1928. Flor nueva de romances viejos. Madrid: La Lectura.
Menéndez Pidal, Ramón. 1953. Romancero hispánico (Hispano-portugués, americano y sefardí). Teoría e historia. 2 vols. Madrid: Espasa Calpe.
Valenciano, Ana. 1999. Un camino para la investigación del romancero: la tradición hispanoamericana. Incipit 19. 135–159. (http://www.iibicrit-conicet.gov.ar/ojs/index.php/incipit/article/view/185)

  1. Basta echarle un ojo, por poner un ejemplo, al número de registros atribuidos a localidades hidalguenses en el índice geográfico (pp. 311-349) del tomo 5 del Cancionero foklórico de México.↩︎

  2. Curiosamente, el propio Menéndez Pidal cierra este enredado círculo y comenta el romance de Chapantongo en algunas páginas de los dos volúmenes de Romancero hispánico (Hispano-portugués, americano y sefardí). Teoría e historia (1953; véase, por ejemplo, I: p. 144 y II: p. 356).↩︎